jueves, mayo 21, 2009

El triunfo de la fe



¡Ay mi blusa marinera!
Siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera.


Aunque no me sienta actualmente muy orgulloso de ello, yo también fui marinero en tierra por un día. Era por mayo, cómo no, y había mocosos disfrazados de almirante, de esos que miran por encima del hombro.
Fui marinero sin barca por imposición familiar, cuando yo me sentía más karateca, que es como deseaba realmente uniformarme, pues me identificaba más con el noble arte de la autodefensa a base de golpes secos, añoranza de una actividad extraescolar que nunca realicé, que enrolarme en una ficticia embarcación sirviendo a las órdenes de un autoproclamado almirante con churretes en los galones.
Antes, trámite previo e ineludible fue el de la confesión, donde tuve que sincerarme ante un párroco de mis pecados cometidos hasta el momento y quizá por alguno futuro. Así se lo hice saber al sacerdote:


-Padre, me confieso de ser gaditano y carnavalero.
-Hijo mío, ve donde Paco y reza en silencio tres ¡Ay vaporcito del Puerto! y dos Cuando contemplo mi barca.


Hoy día la Iglesia, camaleónica como David Bowie, ha adaptado todo lo que rodea la celebración de dicho sacramento conforme a los tiempos actuales. Así, el párroco es una especie de cura-colega que entre canciones de palmas al estilo de los lunnis y mientras caen globos del techo, les muestra a Jesucristo como un tipo enrrollado a los futuros confirmantes, convenciéndolos de que la Eucaristía es lo más y que tener fe es algo cool, que mola en definitiva. De esta forma, los querubines se fascinan ante la idea y acaban convencidos de que la fe mueve montañas.

Claro que, en el momento posterior al supuestamente más importante de sus vidas , fuera del recinto sagrado, cuando comienza la lluvia de billetes de cincuenta euros y los seductores presentes último modelo, descubren que la realidad se escribe en forma de consola de videojuegos y de que una pleisteichon sí que mueve montañas. Al fin y al cabo, alguno pensará que Jesucristo nunca le ha dado apenas nada, mientras que la pleisteichon le ha proporcionado impagables horas de entretenimiento.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Senador, creo que la palabra mayo quedaría mejor si la escribe con mayúscula.

¿No lo cree usted así?