¿De qué manera se le hace saber a alguien que -perdón por la vulgaridad- tiene instalada una mariposa en pleno ojete?
Esta pregunta, que ya atormentaba a René Descartes en el siglo XVII no tiene aparentemente una fácil respuesta. Quizá, la alternativa más correccta sería optar por un muy diplomático - Disculpe señor, pero tiene usted en su trasero un lepidóptero del tamaño de la isla de Manhattan.
El caso es que se trataba de un insecto enorme, con su par de alas membranosas, posado sobre las nalgas de un tipo que portaba un estival sombrero de paja, ajeno completamente al hecho que se situaba literalmente sobre sus asentaderas.
Lo delicado del asunto es que aquel tipo y su gorro se disponían a subir al mismo transporte público que otros ciudadanos, los cuales más afortunados sin duda no tenían ningún parásito detrás que ellos supieran.
Nadie decía nada, silencio por silencio y cruce de miradas que expresaban lo mismo, pero todos hacían cábalas en sus mentes y sus mentes les decían a cada uno de ellos que todas las combinaciones posibles desembocarían en un resultado desagradable si la situación se mantenía intacta hasta la entrada del tipo en el autobús.
En cuanto al resultado final, es ya parte de la historia del transporte urbano.
viernes, julio 18, 2008
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1 comentario:
Tremendo. Ir así por la vida, y que nadie te advierta. No quisiera ser el pantalón de ese señor.
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