Un día, cuando Alec estaba ya muy enfermo, sonó el timbre de la casa y su esposa fue a abrir. Volvió a subir las escaleras y le dijo a su marido que era una prima que había venido a verle.
—Dile que me niego a verla –respondió Alec–. Es una pesada. No voy a desperdiciar con una pelma ni n minuto del tiempo que me queda.
Al oír esto, su mujer se enfadó mucho y le dijo que su prima había hecho un largo camino para verle, y que él tenía que ser educado y dejarla entrar y verla. Pero Alec fue inflexible.
—Dile que me he muerto –le sugirió.
Su mujer se negó a ello.
—Si eso fuera cierto –dijo ella– ya se lo habría dicho cuando llegó a la puerta.
—Bueno, entonces –dijo Alec–, ¿por qué no le dices que me acabo de morir y que no te has enterado hasta haber vuelto?
Su mujer tampoco quiso saber nada de esto.
—Ella querría entonces subir y verte –predijo.
—Déjala subir –replicó Alec–. Me haré el muerto.
—No puedes. No puedes contener la respiración durante todo ese tiempo.
—Ponme a prueba –contestó Alec.
Y eso exactamente fue lo que Alec hizo. Su prima entró y él permaneció completamente inmóvil, con los ojos medio cerrdos y reteniendo la respiración, y así fue como, simulando que había muerto, Alec se murió.
Enrique Vila-Matas
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