martes, junio 24, 2008

Impetuoso

Sobre el 326 a.C. fallecía Bucéfalo en la batalla de Hydaspes en el territorio que correspondería actualmente a Pakistán. Infatigable compañero de Alejandro Magno desde que este lo montara a los nueve años de edad, obtuvo su merecido reconocimiento tras un solemne funeral con la futura fundación de la ciudad Alejandría Bucéfala. El conquistador sintió dolorosomente su pérdida. Montado sobre él había derrotado al temible imperio persa.
Varios siglos después, otro corcel vendría a superar la fama de Bucéfalo. El emperador romano Calígula había nombrado cónsul de Bitinia a su caballo Incitatus. Antes, había sido ciudadano romano y senador. Incitatus no era sólo un cónsul, sino que vivía como tal. Poseía una caballeriza de mármol, un pesebre de marfil y cuadros de famosos artistas en las paredes. Gozaba además de sirvientes para su cuidado personal, dormía con mantas de color púrpura y hasta llevaba collares de piedras preciosas. Cuando tenía sed bebía de un cubo hecho de oro.
Imperioso, un semental de pura raza española fue adquirido por Jesús Gil por 150.00 pesetas cuando el animal tenía tres años. El por entonces presidente del club Atlético de Madrid, no llegó a nombrarlo cónsul, pero parece que también vivía como si lo fuera. Sobre la placa que había en la puerta de su cuadra se podía leer la inscripción: Imperioso, atlético hasta la muerte, junto a un escudo del club de fútbol.
Imperioso ostentaba extraoficialmente el cargo de consejero. Dialogaba con su dueño algunas noches y opinaba sobre fichajes, destituciones y otras cuestiones del club. ¿Qué porcentaje de culpa tendría Imperioso en la contratación del errático delantero colombiano Adolfo "el tren" Valencia?
En 1.997 mientras su equipo se jugaba la supervivencia futbolística en Amsterdam contra el Ajax, Imperioso se debatía entre la vida y la muerte en una clínica de Madrid, fruto de un cólico intestinal. Jesús Gil llamó dieciséis veces desde el palco al cirujano para informarse del estado de la operación. El entrenador de entonces, Radomir Antic, se quejó amargamente de que al presidente parecía interesarle más su caballo que el equipo.

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