viernes, septiembre 07, 2007

Once upon a business (2ª parte)

Me rediseñé a mi mismo igual que se reinventa una canción de Bob Dylan cantada por Bob Dylan, igual que una maruja jugando al parchís por internet contra un usuario de origen ucraniano. Fruto de este cambio de imagen de mi producto, y gracias a la tecnología propia del siglo XIX en forma de alambique, nació en la primavera del 82 el genuino y auténtico whisky elaborado a partir de una inteligente mezcla a base de maíz y suculentas castañas.
De mi paso por la biblioteca de Fort Summer, en la que me instruí convenientemente acerca de la eficaz fabricación de alcohol casero, aprendí que estas no son sino un receptáculo de auténticos chalados. Me resultó inevitable en aquellos días acordarme de aquellas palabras escritas por William Blake en las que exponía "las prisiones están construídas con piedras de ley, los lupanares con ladrillos de religión", en las que yo aún voy más lejos, afirmando que las bibliotecas están erigidas con baldosas de chifladura. Hagan la prueba si no me creen.
El caso es que mi nuevo producto resultó ser un éxito sin precedentes en mi peculiar existencia. El líquido espiritual castañáceo fue conocido desde la pequeña Fort Summer hasta Laredo, de modo que dos años después no había ser vivo que no hubiese probado mi licor en toda la región ubicada al oeste del Pecos. Podía decirse sin temor a equivocaciones que era un negocio pilongo. Pero no todo fueron alegrías.
Con el éxito conocí la imitación, con la imitación conocí la competencia, con la competencia conocí la adulteración, con la adulteración el rechazo y con este último, conocí a la señora bancarrota, que me succionó hasta el último de mis dólares. La más puta de todas las señoras. La situación pasó de un beige clarito a castaño oscuro.
Sentí una intensa zozobra, un pesimismo propio de aquel que posee la certeza que nunca va a levantar cabeza. Necesitaba respuestas, pues al igual que al Che Guevara o a un indolente estudiante universitario, me habían cambiado las preguntas. Años después y gracias a una voz nasal, descubrí que todas las respuestas están en el viento.

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