lunes, abril 21, 2008

Radiestesia

Conocí durante los años 80 a un zahorí que se jactaba de no equivocarse nunca en sus exploraciones. Si había agua en un terreno, él la encontraba.
No obstante, su porcentaje de éxito disminuyó el día que me decidí a acompañarle y observar su pseudocientífico modo de actuar con una vara de avellano. Aquél día, lejos de encontrar alguna sustancia líquida bajo el subsuelo, se topó con lo más opuesto a la misma. Se dió de bruces con un mantecado de coco que, sorprendentemente no se encontraba pasado de fecha. Cuando me separé de aquel profesional de la radiestesia, se despidió haciéndome saber que siempre guardaría el polvorón como prueba de su fracaso. Que sería su cicatriz de torero y que además, si algun día volvía a errar, lo engulliría sin dudar lo más mínimo.
Resulta que recientemente me acordé de mi amigo rabdomante al obervar en el periódico su fallecimiento por ahogo a consecuencia de una obstrucción severa en la laringe.

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