Quizás mi concepto de cuenta de ahorro sea algo extraordinario. Extraordinario porque está fuera del común de aquellos que -ahorradores o no- me rodean. Mi cuenta de ahorro, si es lícito llamarlo así, es una caja de zapatos.
Lejos de las vastas cristaleras con timbres en las puertas, de los enormes letreros que permiten ser leídos a muchos metros de distancia, de las ventanillas en la que habitan seres de enormes dioptrías, mi entidad financiera consta de un simple recipiente de cartón que yo mismo decoré una tarde de invierno.
Mi caja de calzados no ofrece intereses altos ni bajos, no genera más beneficio que el suyo propio, no pide rellenar formularios y nunca tengo a nadie delante en la cola cuando en ella ingreso mis beneficios.
Mi caja de zapatos no cuenta con guardias de seguridad, ni con horarios predeterminados. Tampoco entiende de números secretos, ni gusta de mandar correspondencia varias veces al mes para informar sobre la liquidez de los fondos.
Mi caja es un excelente empleado que nunca mostró un mal gesto, ni pronunció una sílaba más alta que otra, que nunca dijo "fuera de servicio" ni "vuelva usted mañana".
Mi caja de de ahorros decorada una tarde de invierno, apenas cuenta con medidas de seguridad. Tan sólo una tapadera que cualquiera podría abrirla, pues no requiere de ningún esfuerzo.
Y si llega el día en que un maleante, un curioso, un bobo, o un bromista la descubra, espero que al menos, deje mi viejo par de zapatos.
jueves, septiembre 20, 2007
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