jueves, septiembre 13, 2007

Canadá, Canadá


Normalmente, cuando una persona normal y corriente acostumbra a pensar en Canadá, su cerebro emite la imagen de la policía montada. Aunque sea el segundo país más extenso del mundo, o una de las grandes potencias económicas, la primera idea que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en el país norteño es la de unos tipos con graciosos uniformes rojos y ridículos sombreros de ala ancha. La culpa supongo que pertenece a los tópicos.
De la policía montada del Canadá se hizo una película, con este mismo nombre, del ínclito Cecil B. DeMille. Eso fue en 1940. El filme incluso se alzó con un oscar, al mejor montaje, en una ceremonia en la que triunfaron Hitchcock con Rebeca, John Ford con Las uvas de la ira y James Stewart con Historias de Filadelfia. Charles Chaplin, pese a estar nominado en diversas categorías por El gran dictador, se fue a casa con las manos vacías.
De Cecil B. DeMille me quedo sobre todo con Cleopatra, es decir con Elizabeth Taylor, que ya por entonces arrastraba cuatro matrimonios fallidos a sus espaldas antes de un quinto y un sexto (con sus respectivos divorcios) con Richard Burton, es decir, Marco Antonio. Después, se casaría una o dos veces más. Lo de esta chica, es algo vocacional.
También me quedo con la Liz Taylor de La gata sobre el tejado de zinc, donde tenía un gran competidor en cuanto hermosura. Y es que su pareja de rodaje era nada más y nada menos que el hombre que más heterosexualidades ha puesto en entredicho. Ese era Paul Newman. Y es que el amigo Paul borda su interpretación en esa adaptación a cargo de Richard Brooks del no menos brillante Tennessee Williams, protagonismo que repetiría años más tarde en Dulce pájaro de juventud, adaptación también de la obra de Williams, dirigida de nuevo por el señor Brooks. Pero si hubo un actor que alcanzó la maestría en los personajes de Tennessee ese fue el señor Marlon Brando. O debería llamarlo Stanley Kowalsky. Ya no se quien es quien. A Marlon Brando, que también ejerció de Marco Antonio y del que recientemente supe que gustaba de comer con las manos igual que su personaje de Un tranvía llamado deseo, curiosamente le arrebató ese año el oscar a la interpretación, Humphrey Bogart, por su papel en La reina de África. Debió de ser por la escena en que imita magistralmente a un chimpancé y a un hipopótamo. La Hepburn se descojonaba.
Igual que yo carcajeaba gracias a los cómics de mi infancia. A ellos les debo mucho. En concreto, a Lucky Luke y al fiel Rantamplán, les debemos yo y otros muchos que nos descubrieran la existencia de ese país tan injustamente olvidado que responde al nombre de Canadá. Me cuentan que el producto estrella de Canadá es el jarabe de arce. Habrá que consumir, digo yo.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues yo lo compré una vez y no me convenció. Era como el caramelo para tortitas, pero más líquido...