Hace ya algún tiempo que maté a una persona y acertadamente, pensé entonces que mi vida cambiaría para siempre. Y así fue.
Sobre el crimen, he de decir que fue por una estupidez, me cargué a aquel pobre diablo por una discusión, y lo peor de todo, es que fue por una discusión de lo más absurda. Una disputa sobre la altura exacta en centímetros del actor Alan Ladd. Yo tenía razón y aquel tipo se obcecaba en su error hasta la contumacia más extrema. Así que perdí los nervios.
Luego vino la huída, porque lógicamente tuve que marcharme y dejarlo todo, y más tarde me visitó el arrepentimiento.
Una vez bien lejos, lo primero que hice una vez me hube asentado en cierta localidad fue comprobar que yo estaba en lo cierto, de manera que acudí a una biblioteca de caracter público y consulté una enciclopedia de cine. Entonces vino el horror. Era yo el que estaba en un error y aquel sujeto llevaba razón. Había asesinado a ese hombre por nada, simplemente por rebatirme una cifra equivocada. Y así fue como toqué fondo.
A partir de entonces pasaron meses, tal vez años, en los que me convertí en un muerto en vida. Arrepentido, afligido y consternado, me limité a ver pasar los días como un zombi de George A. Romero, pues yo entonces ya no era una persona. Era un ser atormentado, con el estigma más doloroso imaginable, y deformado física y psíquicamente por las drogas, el alcohol y la industria farmaceútica.
Pero uno de esos repetidos días, en uno de los pocos momentos de semilucidez de los que gozaba, tuve una idea. Más bien una esperanza. Si quería salir de todo aquello, sólo tenía una opción. Debía enfrentarme con la muerte. Tenía que enfrentarme a Alan Ladd.
viernes, octubre 20, 2006
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1 comentario:
Casi puedo detectar la influencia de Poe y Lovecraft en tus relatos hehehe
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