viernes, enero 04, 2008

Coming home


Hubo un momento en mi vida, hace tan sólo unos pocos días, un punto de inflexión, en el que fui consciente de que la felicidad, o al menos la mía, pasaba por formar parte de la tan exquisita sociedad que forman los monos narigudos de Borneo. Pero antes de ese punto de inflexión, existe toda una vida.
Una vida que realmente no puedo decir que en ningún momento la sintiera como mía, más bien, la consideraba algo ajeno. Algo con lo que convivía. Tal vez era algo motivado por el aspecto grotesco que confería a mi persona mi peculiar "espolón de galera". Y es que el tamaño de mi nariz llegó a ser un asunto preocupante, sobre todo en cuanto a rechazo social se refiere. Es por ello que nunca encontré una ocupación estable y en cuanto a aquello que las personas llaman amistad, nunca supe el significado de esa palabra.
Como he indicado, me ganaba la vida en lo que podía, o mejor dicho, en lo que otros no querían.
Aunque como todo en la vida, hubo excepciones. Y la excepción fue mi involucración en lo que los ignorantes llaman el crimen organizado. Aunque algo organizado, sí que estaba.
Nos dedicábamos a ciertas actividades delictivas en las que otras entidades no habían reparado. Buscábamos dar una vuelta de tuerca al negocio de la extorsión. Así, fuimos los primeros en dedicarnos al contrabando de las agujas de bombín. Era pan comido. Sabíamos de donde venían los cargamentos, parábamos los camiones, nos llevábamos la carga y esperábamos sentados.
En un país tan deportista y sobre todo futbolero como éste, pasaría poco tiempo antes de que cundiera el pánico. Entonces aparecíamos nosotros y vendíamos lo requisado muy por encima de su valor inicial. Lo dicho, un juego de niños.
Pero como todo, pronto nos salieron múltiples imitadores dispuestos a obtener su parte en el botín y se complicó el negocio. Sólo tras unas cuantas muertes se arreglaría todo, pero para entonces yo ya había renunciado a aquél modo de vida que tan lejano me parece ahora.
Desde entonces, he seguido mi camino sin un rumbo determinado, rechazado ante aquellos que dicen ser mis iguales, hasta que unas jornadas atrás aparecieron ante mi los "Nasalis larvatus". Los primates de la isla de Borneo.
Uno puede transcurrir por el mundo, sin tener claro cual es su objetivo, su meta, sin ambiciones exactas, hasta que un día, se enciende una bombilla o se prende una chispa y de repente, todo se muestra claro y díafano, de manera que todo cobra sentido a partir de entonces. Todas las piezas parecen encajar perfectamente. En mi caso, un documental fue la chispa. Todo gracias a la B.B.C.
Descubrí un modelo de sociedad en el cual lo que entre el ser humano suele ser motivo de animadversión, allí, entre los simios narigudos no sólo se traduce en aceptación. Significa poder. Autoridad. Y no sólo en lo referido al orden dirigente, sino en lo que es más importante aún. El ámbito sexual. Por cuestión de tamaño. Seguro que les suena de algo.
Es así como finalmente he decidido cambiar de aires, clima y continente, de manera que, para cuando alguno de ustedes lean esto, tengo la esperanza de hallarme plenamente dichoso en cierto lugar al sudeste de Asia. Ni siquiera pretendo que la humanidad comprenda y respete mi decisión, sería pedirle mucho, pero al menos puedo afirmar que creo haber encontrado mi sitio en el mundo.

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