El hombre es un ser que nace dos veces. Puede que incluso más. Eso mismo debió pensar el hasta entonces afamado científico Charles H. LeFontaine cuando decidió que quería dedicar el resto de sus días a vivir -y morir cuando fuera menester- como un tubérculo. Nunca se supo cual en concreto.
También volvío a ser concebido de similar manera, su gran amigo y ex-compañero de profesión, Julius Von Tolstof, que lejos de compartir la experiencia vital propia de un bulbo, dedicó su tiempo a unir dos de sus grandes pasiones, esto es, la mímica con la mimética, lo cual le permitió la gratificante posibilidad de hacer enormemente el ridículo sin la posibilidad de ser visto.
Pero el caso que quizá mas ha llamado la atención y más controversia ha levantado en los últimos tiempos, es el del antiguo odonato de membranosas alas, que al carecer de un nominativo pronunciable nos referiremos al mismo como Johan, nombre designado por el comité de actividades inexplicables de la Universidad de Columbia, con sede en el margen del río de mismo nombre.
Johan -el cual renació una primavera de 1999- preocupado desde que tuvo capacidad de aletear por los asuntos relativos a la extinción de la vida, abandonó de manera repentina los hábitos propios de su condición de paleóptero y dedicó sus esfuerzos a una profesión que satisfaciera sus pretensiones, que le permitiera sentirse realizado, en definitiva, que le permitiera entrar en casa justificado. Así es como se hizo dentista.
Se recicló en dentista porque veía clara la semejanza de la odontología con la muerte. No sólo por la existencia de encuestas que revelaban mayor pánico en la revisión anual que por la defunción, sino por la figura en sí del especialista dental. Si bien el imaginario medieval de la muerte, nos presentaba a ésta como un encapuchado/a de larga túnica, tez blanca y afilada guadaña, el dentista actual viste de blanco inmaculado y en lugar de guadaña porta un no menos afilado afilado bisturí e incluso un -muy poco elegante- taladro. También encontró Johan otro hecho no menos interesante. El fallecimiento, la muerte, podía ser sobrevenida, inesperada, mientras que con el llamado sacamuelas, la experiencia iba acompañada de cita previa.
No sabemos con certeza si Johan logró su deseo de entrar en casa justificado, pero lo que sí es cierto, es que durante los años que ejerció la actividad profesionalmente, demostró ser un gran experto que seguramente contribuyó a aumentar las estadísticas.
jueves, noviembre 08, 2007
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1 comentario:
Cielo Santo, no tengo palabras para semejante derroche de originalidad prosopoética.
Aplaudo.
(Y ya van 3)
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