No era fácil la venta de castañas en el salvaje oeste. Y más aún, si estas no eran pilongas.
Y es que, en un mercado basado fundamentalmente en el whisky, las prostitutas y el juego, a pesar de estar desabastecido de ciertos alimentos, la inclusión del rico fruto del castaño en la dieta de sus ciudadanos no parecía a priori una empresa asequible.
Fue un trece de septiembre de 1880 cuando llegué a Fort Summer con apenas un puñado de dólares y otro tanto de semillas, y, aunque supe que no iba a ser nada sencillo, tenía un propósito, que no era sino el resultado de mi testarudez. Nada ni nadie me movería de allí hasta que las plantas procedentes de la familia de las fagáceas tuvieran su reconocimiento.
Planté mis granos y esperé. En tanto crecían, me emborrachaba de vez en cuando y observaba con mimo como se eregían altivas mis plantas. No podía evitar sentirme orgulloso, como un padre con sus hijos.
Una mañana, Fort Summer despertó sin saber que ya nunca sería la misma.
-¡Castañaaaaaas! ¡Caastañaaaaaaas! ¡Compren castaaaañaaaas! ¡Sólo aquí! ¡Castañaaas!
Ni que decir tiene que me arrestaron por escándalo público. En contra de lo que muchas personas creen, puedo asegurar que durante el tiempo que pasé encarcelado no tuve derecho a ningún trabajo remunerado y mucho menos a un régimen de seguridad social.
Estar recluido me dio tiempo a reflexionar. Me había equivocado en mi mensaje. Olvidé aquel principio tan elemental de "temer lo que se desconoce". Tenía que presentar mi producto de otra manera. Disfrazarlo.
viernes, agosto 31, 2007
viernes, agosto 24, 2007
Mi último suspiro
«Hace tiempo que el pensamiento de la muerte me es familiar. Desde los esqueletos paseados por las calles de Calanda en las procesiones de Semana Santa, la muerte forma parte de mi vida. Nunca he querido ignorarla, negarla. Pero no hay gran cosa que decir de la muerte cuando se es ateo, como yo. Habrá que morir con el misterio. A veces me digo que quisiera saber, pero saber, ¿qué? No se sabe ni durante, ni después. Después del todo, la nada. Nada nos espera, sino la podredumbre, el olor dulzón de la eternidad. Tal vez me haga incinerar para evitar eso.
»Sin embargo, me interrogo sobre la forma de esta muerte.
»A veces, por simple afán de distracción, pienso en nuestro viejo infierno. Se sabe que las llamas y los tridentes han desaparecido y que, para los teólogos modernos, no es más que la simple privación de la luz divina. Me veo flotando en una oscuridad eterna, con mi cuerpo, con todas mis fibras, que me serán necesarias para la resurrección final. De pronto, otro cuerpo choca conmigo en los espacios infernales. Se trata de un siamés muerto hace dos mil años al caer de un cocotero. Se aleja en las tinieblas. Transcurren millones de años, y luego, siento otro golpe en la espalda. Es una cantinera de Napoleón. Y así sucesivamente. Me dejo llevar durante unos momentos por las angustiosas tinieblas de este nuevo infierno y, luego, vuelvo a la Tierra donde estoy todavía [...].
»Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero.
»Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento?
»Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba.»
L. Buñuel
»Sin embargo, me interrogo sobre la forma de esta muerte.
»A veces, por simple afán de distracción, pienso en nuestro viejo infierno. Se sabe que las llamas y los tridentes han desaparecido y que, para los teólogos modernos, no es más que la simple privación de la luz divina. Me veo flotando en una oscuridad eterna, con mi cuerpo, con todas mis fibras, que me serán necesarias para la resurrección final. De pronto, otro cuerpo choca conmigo en los espacios infernales. Se trata de un siamés muerto hace dos mil años al caer de un cocotero. Se aleja en las tinieblas. Transcurren millones de años, y luego, siento otro golpe en la espalda. Es una cantinera de Napoleón. Y así sucesivamente. Me dejo llevar durante unos momentos por las angustiosas tinieblas de este nuevo infierno y, luego, vuelvo a la Tierra donde estoy todavía [...].
»Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero.
»Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento?
»Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba.»
L. Buñuel
viernes, agosto 17, 2007
How green was my valley
Una inmobiliaria
que antes era
un videoclub
Un cine de verano
ahora templo
de la telefonía
portátil
¿Dónde la librería?
otra financiera
Y ahí estaba la farmacia
donde adquirí
mis primeros
profilácticos.
que antes era
un videoclub
Un cine de verano
ahora templo
de la telefonía
portátil
¿Dónde la librería?
otra financiera
Y ahí estaba la farmacia
donde adquirí
mis primeros
profilácticos.
viernes, agosto 10, 2007
La Espero
La Espero
En la mondon venis nova
sento,
tra la mondo iras forta voko;
per flugiloj de facila vento
nun de loko flugu ĝi al loko.
Ne al glavo sangon soifanta
ĝi la homan tiras familion:
al la mond' eterne militanta
ĝi promesas sanktan harmonion.
Sub la sankta signo de l' espero
kolektiĝas pacaj batalantoj,
kaj rapide kreskas la afero
per laboro de la esperantoj.
Forte staras muroj de miljaroj
inter la popoloj dividitaj;
sed dissaltos la obstinaj baroj,
per la sankta amo disbatitaj.
Sur neŭtrala lingva fundamento,
komprenante unu la alian,
la popoloj faros en konsento
unu grandan rondon familian.
Nia diligenta kolegaro
en laboro paca ne laciĝos,
ĝis la bela sonĝo de l' homaro
por eterna ben' efektiviĝos.
Al mundo ha llegado un nuevo
sentimiento,
Recorre el mundo una fuerte llamada;
En alas de un viento ligero
vuele ahora de un lugar a otro.
No a la espada sedienta de sangre
Esta llama a la familia humana:
Al mundo que eternamente guerrea
Le promete una santa armonía.
Bajo el sagrado signo de la esperanza
Se reúnen los combatientes de la paz
Y pronto avanza la obra
Por el trabajo de los esperanzados.
Fuertes se levantan los muros milenarios
Entre los pueblos divididos
Pero saltarán en pedazos las obstinadas barreras
Que con sagrado amor serán derrumbadas
Sobre un fundamento lingüístico neutral
Comprendiéndose los unos a los otros
Los pueblos harán de común acuerdo
Una sola gran familia
Nuestros laboriosos camaradas
En la tarea de la paz no desfallecerán
Hasta que el bello sueño de la humanidad
Para bendición eterna se realice
L.L. Zamenhof
viernes, agosto 03, 2007
I'm bad like Jesse James
La Caleta es una playa donde no se pierden niños. Sobre la base de esa máxima caminaba entretenido en mis pensamientos, cuando inesperadamente, me crucé con mi camarero habitual. En plena calle y a plena luz del día. El mismo tipo que usualmente me sirve las copas.
No existe situación más extraña que esa. Sabes que tiene vida propia, familia e hijos probablemente, pero aun con todo eso, encontrarlo en la calle, fuera de su habitual recinto, es como cruzarse con un fantasma. Son cosas de bares.
¡Ah, los bares de perdedores! Que entrañable mezcla de genialidad y miseria de la que son testigos sus discretos azulejos. Testigos de conversaciones tan brillantes como la mantenida entre Wyatt Earp y el hombre de detrás del mostrador:
-Y usted Mac, ¿ha estado alguna vez enamorado?
-No señor, yo siempre he sido camarero
Refugio de la derrota, hábitat del antihéroe, admirable ejercicio de solidaria soledad. Soledad, a la que hacía referencia Lord Byron cuando hablaba de salir como medio de renovar la necesidad de estar solo, o cuando afirmaba que "huir de los hombres no quiere decir odiarlos".
Quizá fuera Lord Byron uno de tantos niños perdidos a lo largo del tiempo en las playas gaditanas.
No existe situación más extraña que esa. Sabes que tiene vida propia, familia e hijos probablemente, pero aun con todo eso, encontrarlo en la calle, fuera de su habitual recinto, es como cruzarse con un fantasma. Son cosas de bares.
¡Ah, los bares de perdedores! Que entrañable mezcla de genialidad y miseria de la que son testigos sus discretos azulejos. Testigos de conversaciones tan brillantes como la mantenida entre Wyatt Earp y el hombre de detrás del mostrador:
-Y usted Mac, ¿ha estado alguna vez enamorado?
-No señor, yo siempre he sido camarero
Refugio de la derrota, hábitat del antihéroe, admirable ejercicio de solidaria soledad. Soledad, a la que hacía referencia Lord Byron cuando hablaba de salir como medio de renovar la necesidad de estar solo, o cuando afirmaba que "huir de los hombres no quiere decir odiarlos".
Quizá fuera Lord Byron uno de tantos niños perdidos a lo largo del tiempo en las playas gaditanas.
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