viernes, mayo 25, 2007

And suddenly, a hat appears


En una pequeña localidad, un hombre de edad madura, en pleno ejercicio de sus facultades mentales y físicas, sin motivo o causa aparente, de la noche a la mañana, comienza a utilizar sombrero.
Sus conciudadanos, de manera ineludible comienzan a realizarse preguntas al respecto. Primeramente, cuestiones a título personal en la privacidad de sus mentes. Con el paso del tiempo, dichos interrogantes pasan a formar parte de pequeñas reuniones y tertulias, para en un último escalón, convertirse en asunto de interés público generalizado.
Quizás por temor a afrontar una posible réplica o certidumbre que pudiera originar un estado de evidencia entre los curiosos vecinos, la cuestión en lugar de abordarse de manera directa encuestando al interesado, se convierte en objeto de numerosas teorías y conjeturas.
Algunas de las hipótesis son elaboradas sobre la base de los planteamientos más básicos o simplistas (posible alopecia, cuestiones estéticas) y otras forman parte de lo disparatado o lo increible. Entre estas últimas destaca el supuesto de la testa colonizada -apoyada con vehemencia por un importante número de paisanos-, fruto de la creencia que señala a la prenda como agente invasor y parásito. Al efecto, cierto número de paisanos dispone la creación de un núcleo terrorista a fin de eliminar al invasor, no obteniendo el resultado deseado tras un fallido francotirador intento que culmina con un mera horadación en la parte frontal del parásito.
El debate continuará durante una importante cantidad de anales, hasta alcanzar el portador del parásito una edad provecta, con la consiguiente disminución de facultades, que se consuman con el oprimido ciudadano postrado en lecho y cercano a la expiración.
Es entonces el momento elegido para una voz que se alza sobre el resto de la intrusa ciudadanía, que sin temor a la posibilidad de un instante embarazoso lanza al agonizante la tan ansiada y postergada interrogación. El doliente individuo, sentencia a modo de susurro -Para poder quitármelo-, instante en el que se pliegan sus membranas oculares, adquiriendo su rostro una aliviada presencia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu erudita retórica me recuerda a Borges (salvando las diferencias bien sûr)

Diógenes dijo...

Ah, Borges! El de las nueces...