jueves, marzo 15, 2007

Rómulo el romo

Yo fui criado por los pelícanos. Hasta ahí todo normal.
Si bien es cierto que desde el primer momento yo era consciente de que no era como los demás que me rodeaban, nunca tuve duda alguna que distinto o no, yo era un pelícano como todos ellos. Un auténtico pelecanus onocrotalus.
La educación que recibí fue la correspondiente a las aves palmípedas acuáticas, de la cual hoy no tengo queja, y en cuanto a los aspectos nutricionales, mi dieta se componía a base de pescado, que si bien no me disgustaba en su momento, sí que a veces se hacía un tanto reiterativo.
He de decir, que lejos de las antiguas creencias medievales que establecían que estas aves alimentaban a sus polluelos con su propia sangre -llegando a convertirse en iconos del cristianismo-nuestra madre, si bien no hacía nada de esto, sí nos daba algún que otro picotazo en la mollera cuando no nos comportábamos como correspondía.
Pero mi plácida y naturalista existencia tomó un giro radical a partir de cierta expedición científica, cuyos expertos al reparar en mi persona y el hábitat en el que me encontraba, aparte de maravillarse, decidieron que ese no era el lugar en el cual yo debía hallarme. Me arrancarón de mi hogar, como quien arranca una planta, y ni siquiera me dieron la oportunidad de despedirme de los míos. Así es la vida supongo, uno es toda su vida un pelícano, y de repente, en lo que se tarda en pestañear o chasquear los dedos, se es un hombre.
Los siguientes quince años los pasé en un recinto especial construído especialmente para mí, rodeado de toda clase de hombres de ciencia que me estudiaban y me enseñaban a ser como ellos decían una persona normal. Fueron años muy duros y difíciles para mí, y aunque echaba mucho de menos a la que fue mi familia, gracias al intenso aprendizaje al que fui sometido, descubrí un mundo de infinitas posibilidades. Aprendí entre otras cosas, a que existe alimento más allá que el pescado y sobre todo, aprendí a a leer y escribir. Sentí una fascinación especial por la lectura, donde relatos excepcionales como El libro de la selva, Tarzán de los monos o La leyenda de Rómulo y Remo, se conviertieron ya para siempre en mis libros de cabecera. Y es que esas obras, que me emocionaban hasta la médula, sacaban toda la nostalgia reprimida que se encontraba en mi interior. Nadie me comprendía mejor en este mundo que aquellas páginas manuscritas.
Tras salir finalmente de la supervisión de los otros hombres y mujeres que se ocupaban de mi, tocaba enfrentarse al mundo exterior. Ésta vez, sólo. Y la verdad, es que no me fue nada mal. Monté mi propio negocio, encontré una hermosa mujer que a día de hoy sigue enamorada de mi, y por supuesto, seguí leyendo y aprendiendo.
Esto son solamente los primeros apuntes, un borrador de mi autobiografía que pretendo escribir detalladamente durante los próximos años. Y aunque he alcanzado cierto grado de felicidad, nunca he dejado de ser un hombre melancólico que arrastra un perenne sumidero de tristeza. No puedo evitar sentirme como un excéntrico millonario de pelicula al que le arrebataron el juguete más querido de su infancia.
Considero, que después de tanto tiempo, ya por fin puedo exclamar a los cuatro vientos cardinales, que soy completamente una persona normal y corriente como los demás, que gracias al fenomenal invento de la televisión, y a la alantoína en forma de gel de baba de caracol, aunque le cuesta sudores llegar a fin de mes, tiene la piel muy tersa y suave.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Reminiscencias Kafkianas? mu bueno

Anónimo dijo...

puto genio, puto genio