jueves, enero 11, 2007

Algoritmo

Aquel ruido me despertó súbitamente. Se trataba de un ruido en mitad del silencio de la madrugada y me pareció que procedía de abajo. A medida que bajaba las escaleras el ruido se hacía más cercano, de manera que hubo un instante en que estuve lo bastante cerca como para apreciar que aquel sonido lo producía algun tipo de criatura y por alguna razón, tuve un mal presentimiento.
Una vez abajo vi una figura entre las sombras y fue entonces, cuando mis peores sospechas se hicieron realidad. Aquella cosa, fuera lo que fuera, no era de este mundo. Sin apenas tiempo a reaccionar, decidí acercarme sigilosamente hasta alcanzar el interruptor de la luz y fue en aquel momento cuando reconocí que demonios era aquello. Aquel monstruo no era sino una raíz cuadrada.
Mi reacción inmediata ante tal descubrimiento fue la de esconderme lo más veloz que pude debajo de la mesa. Asomé la cabeza con disimulo y pude contemplarla con absoluta claridad. No sólo era una raíz cuadrada, sino que era enorme y estaba devorando todos mis libros. Continué escondido por un tiempo, lo suficiente como para darme cuenta de que si hasta entonces no había reparado en mí era porque estaba entretenida alimentándose con mi extensa colección de volúmenes y lo que es peor, a la vez que iba engullendo iba aumentando de tamaño.
Aprovechando que seguía sin percibirse de mi presencia, me acerqué hasta el escritorio y abrí el segundo cajón, donde si no recordaba mal guardaba un revolver. Cogí el arma, comprobé su estado de un vistazo y vacié el cargador sobre la horripilante criatura matemática. Nada; ni se inmutó.
La golpeé con una silla, con un bate de baseball y le tiré encima una mesa. El resultado fue el mismo. Parecía que no había manera de acabar con ella. Fue entonces cuando lo vi claro; había que resolverla, eso era. Pero había un pequeño inconveniente, ¿cómo diablos se resolvía una raíz cuadrada?
Intenté hacer memoria, cogí lápiz y papel y me puse a ello. Debía darme prisa, ya que cada vez quedaban menos libros y entonces iría a por mi. Jugaba a mi favor que aquel ser no hacía distinciones, ni flitros de calidad entre los ejemplares que consumía, lo cual me daba más tiempo. Lo mismo masticaba Crimen y castigo que La granja de Teo.
Durante unos minutos la tensión fue insoportable, pues no daba con la solución y su aumento constante de tamaño no ayudaba de ninguna de las maneras. Pero fue posiblemente esa misma presión, la que me hizo dar todo de mi y lograr el objetivo. Así, que cuando apunté el último número en el papel, la criatura ya no estaba allí. Había desaparecido y yo estaba a salvo. Me aproximé al montón de viruta que había quedado de mis libros y lo revolví todo. No se había salvado nada. De repente noté que me faltaba aire, me asfixiaba, debía de ser un ataque de ansiedad o algo parecido. Corrí hacia la puerta y salí al exterior. Me tumbé en el césped boca arriba y logré recuperar mi respiración habitual. Ladeé un poco la cabeza y entonces lo vi. Se había salvado un libro. Me acerqué hasta él y lo cogí con enorme cariño. Cuando comprobé de que ejemplar se trataba, no pude sino esbozar una enorme sonrisa.
Posiblemente, incluso hubiera carcajeado sonoramente si no fuera por lo que presencié entonces. Porque fue en ese instante cuando vi el horror. Mis ojos lucharon por salirse de su órbitas y mi corazón parecía querer despegarse del resto del cuerpo en un latir frenético. En unos pocos segundos me encontré paralizado por el miedo y la locura. Porque aquello que se acercaba ladera abajo era lo más monstruoso, terrorífico y grotesco que jamás había visto nunca. Aquel aberrante ser que se acercaba y al que mis labios pedían clemencia, era sin duda una enorme fracción con decimales.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy entretenido el relato Lovecraft-iano!

Kry dijo...

Da gracias a que no fuera un sistema de tres ecuaciones compatible indeterminado...esos sí que son devoradores de cuadernos