Lo paradójico del asunto es que me desorienté por completo mientras trataba desesperadamente de adquirir un mapa. Mientras tanto, la rosa de los vientos indicaba guerra de vendavales. Luchaba el siroco contra el levante, lo que significaba amenaza de demencia. Contaba al menos con una brújula, extraordinario y utilísimo artilugio cuya aguja imantada me indicaría el norte, el último asidero de la cordura. Extraviarlo significaba quedar atrapado entre los dos vientos lunáticos, con consecuencias posiblemente irreparables. Nunca daría con el planisferio que me indicara el camino a casa.
Fue entonces cuando en mitad del fragor por tocar el norte con las manos, lo insólito se apareció delante de mi. Se trataba de Rudolph, en posición decididamente bípeda con su hocico de mascavidrios y tocando una armónica que sostenía con sus patas delanteras.
Ante lo inusitado de la circunstancia, eché una mirada de reojo a mi guía magnética, cuya aguja señalaba a todas las direcciones. Levanté la vista en un último esfuerzo y contemplé maravillado la ingeniería de lo que asemejaba un tendido eléctrico adornado con hermosos farolillos.
viernes, mayo 06, 2011
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3 comentarios:
Lo que hace el alcohol y las drogas,jejeje, seguro tuvo lo que necesitaba el huir en busca de su norte a veces es peligroso, pero muy entretenido, me gusta tu estilo aunque un tanto retorcido, en buena lid, abrazos desde Santiago de Chile la capital del smog!!
Saludos desde Cádiz, capital de lo insólito.
Un saludo desde Cádiz, capital de lo insólito.
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