martes, julio 14, 2009

Impostura

Me había levantado de la cama con tales aires de relevancia que estaba dispuesto sí o sí a figurar por lo civil o lo criminal en las páginas del algún libro de historia. Dada mi nula capacidad creativa y mi innata ausencia de talento sería una ardua tarea, pero abandonar es propio de achantados y pusilánimes y pensé que aún habría algo por descubrir, un territorio poco explorado donde colocar mi bandera.
Decidí apostar por el apasionante mundo de la música, y en concreto por uno de los instrumentos menos valorados en el mundillo. Así es como quise ser el mejor claxonista del mundo conocido, es decir, a ser recordado como un virtuoso en el prestigioso arte de tocar la bocina.

¿Dónde adquirir una bocina?

Me dirigí en primer lugar al sitio donde dictaba la lógica que debieran encontrarse, un establecimiento de música. Al preguntar al encargado del recinto este me obsequió con todo su sarcasmo concentrado en una frase: ¿bócinas?, Sí, tenemos una sección especial, en el pasillo del fondo, entre los matasuegras y las carracas.
Viendo la inexistencia de aquel ansiado pasillo y la imposibilidad de obtener una por cauces legales opté por fabricarme una por mi cuenta y riesgo.

¿Cómo se fabrica?

La teoría informa que una bocina debe estar compuesta por dos elementos unidos entre sí, a saber: una pera de goma y una trompeta. Pensé que una pera frutal aportaría un sonido más nutritivo que el frío y distante caucho, pero la práctica demostró la inviabilidad de la idea.

¿Cómo sacar jugo al instrumento?

Ya tenía mi instumento afinado en una nota que yo decidí nombrar como mec sostenido, pero el problema era sacarle todo el partido posible para convertirme en el Charlie Parker del claxon. De haber seguido con la pera frutal sacarle jugo no hubiera supuesto problema, pero habría sido en detrimento de la parte sonora. El único antecedente conocido era el libro autobiográfico de un tipo conocido como John "two fingers" Boyle, quien afirmaba haber tocado la bocina junto a Miles Davies. Páginas más tarde descubrí que a lo que realmente se refería era a que mientras que el bueno de Miles tocaba con primor su trompeta en un club de Chicago, John two fingers accionaba el claxon de su sedán verde en el aparcamiento del local.
Por el momento la tarea está resultando más laboriosa de lo esperado, y apenas alcanzo a tocar más allá de unos simples mec mec. No obstante, no cejo en el empeño pues estoy plenamente convencido del éxito venidero. Al fin y al cabo, el llamado arte está lleno de impostores y yo tan sólo sería uno más en el club.

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