Toda guerra deja secuelas, y más si se trata de de una batalla contra trapecios alienígenas.
Los seres humanos que allí intervenimos como soldados no fuimos menos, y por tanto no escapamos a esa premisa. La guerra nos marcó.
A cada uno nos afectó de manera diferente, y nos dejó huellas físicas y psicológicas que nos acompañaron durante el resto de nuestras misereables vidas.
De entre mis compañeros de regimiento, para el bueno de Moriarty la consecuencia mental de tanta muerte fue una adicción irreversible hacia las películas de serie b. En cuanto a Mortymer, sé que se aficionó a lo más parecido a la ruleta rusa. Se hizo jugador profesional de balón prisionero. El cabo Morgan, durante meses creyó que era una zarigüeya, para después creer que era un manatí, y más tarde acabar sus días en este mundo convencido vehementemente de que realmente era un tapir con enormes preocupaciones metafísicas. Síndrome psicozoomórfico lo llamaron.
Pero de todos los compañeros que estuvimos en aquel infierno, el caso más llamativo fue sin duda el de nuestro admirado teniente Flanagan. El teniente, que era más conocido durante la guerra como fetichista Flanagan, dada su costumbre de andar siempre en la batalla con zapatos de tacón, quizás fue al que más le afectó todo lo que allí experimentamos. De entre las muchas secuelas que padeció, quizás la más destacable fue la que afectaba a su habla, y es que el teniente Flanagan, comenzó a expresarse como si la vida se tratara de un comic de Mortadelo y Filemón, de manera que su lenguaje pasó a constituirse en un compendio de vocablos tales como corcho, recorcho, córcholis, cáspita, rayos y centellas... .
Para quien había estado tanto tiempo combatiendo, metido en el fregado, volver a la cotidianidad no era tarea nada sencilla. Para Flanagan no fue diferente y tras cierto tiempo desorientado, encontró su sitio y empleo en el Gran Circo Vía Láctea.
Antes de la guerra, el teniente había sido un gran funambulista y tras ella, encontró su oportunidad para reconstruir su vida haciendo aquello para lo que realmente servía. Pero algo había cambiado. Flanagan se negaba a abandonar su condición de fetichista, estaba demasiado apegado a sus tacones como para abandonarlos siquiera los escasos momentos que duraban sus actuaciones, de modo que se convirtió en el primer funambulista fetichista.
No era fácil caminar sobre un alambre, y Flanagan lo hacía en tacón de aguja, de manera que se ganó la admiración (que no el respeto) del gran público, y sus actuaciones llegaron a tener gran trascendencia medíatica.
Y así fue como medio mundo pudo contemplar en directo, como un ex-teniente, que había aniquilado a miles de invasores alienígenas y que en los últimos años había aunado pasión más profesión, se precipitaba a una muerte segura gracias a un alambre y a unos zapatos de tacón demasiado finos incluso para un consumado malabarista... . Cayó al vació y apenás le dió tiempo a exclamar ¡sapristi!
miércoles, diciembre 27, 2006
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1 comentario:
Una muerte original, desde luego XD
Muy bueno
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