martes, abril 04, 2006

De los matasuegras y otros tubérculos

Al igual que las mujeres les llega ese momento que tradicionalmente se ha denominado como "reloj biológico", a mí me llegó también un momento en que deseaba tener nuevas experiencias, que me permitieran relizarme como persona y buscar ese equilibrio vital que tanto preocupa a la sociedad. Así que decidí comprarme un matasuegras. Sentía que lo necesitaba. Estaba en ese momento de la vida en que realmente quería un matasuegras, me hallaba preparado para tener uno, era todo lo que necesitaba.
Su adquisición no era tan fácil como a priori pudiera parecer. El mundo de los matasuegras está lleno de personas que realmente no son especialistas en el tema, hay mucho intrusismo laboral. Desde quiosqueros ineptos, pasando por necios mercachifles, ignorantes en definitiva que no hacen sino entorpecer lo que debe ser el curso normal de adquirir un matasuegras.
Me costó lo mió, pero di con un tipo que sabía del tema, tenía ese brillo especial en los ojos que reflejaban un saber cuasi infinito sobre los artículos de susto y o u broma. Así que me presenté ante aquel hombre, en su tienda y le dije:

-Buenas tardes, tiene matasuegras?
-Sí, me respondió lacónicamente.
-Querría adquirir uno.
-Claro.

Se dió la vuelta y cogió lo que parecía ser un matasuegras de una estantería cercana. Me lo ofreció y me dijo: -Son cincuenta céntimos, caballero.
Observé el objeto con detenimiento. Mis primeras impresiones fueron acertadas. Era un matasuegras. Más no era lo que yo estaba buscando. Así que le dije:

-En efecto es esto un matasuegras, buen hombre. Pero es un matasuegras estándar. Yo quiero uno de los que utilizan los profesionales, uno de los auténticos. Ayúdeme, por favor.
-Vaya, vaya. No es usted un comprador cualquiera -me contestó. -Creo que podré ayudarle, acompáñeme a la trastienda.

Aquella trastienda era algo maravilloso, parecía sacada de un cuento de hadas. Numerosos artículos de broma y otros objetos de incalculable valor (recuerdo haber visto una carraca de lapislázuli), se disponían en aquella habitación de forma muy ordenada, siendo todos ellos de una preciosidad inimaginable. Eran como el tesoro de un antiguo faraón egipcio. No iba muy desencaminado, así me lo hizo saber con estas palabras:

-Te ruego que no toques nada muchacho, pues esto que estas viendo será mi ajuar para cuando fallezca. Todo esto me acompañará en la otra vida.

Sólo entonces comprendí la magnitud de la persona que estaba delante mía. Sin tiempo aún para reaccionar, aquél tipo me acercó una bellísima caja de oro repujada. La dejó sobre la mesa para que pudiera contemplarla en todo su esplendor y comenzó a abrirla con enorme mimo. La caja al abrirse emitió una luz cegadora que me impidió ver nada por unos momentos. Una vez que recuperé la visión, lo ví. Era un matasuegras, pero no era normal, no cabía duda. Era algo precioso, indescriptible. Era lo más bello que había visto nunca con mis pupilas. Lo tomé entre mis manos, y me asombró su tremenda ligereza pese al tamaño que poseía. Estimé que tenía una capacidad de desenroscado de al menos un par de metros, lo cual era algo inpensable de no ser porque lo estaba viendo con mis propios ojos... .

No se cuanto tiempo estuve en aquella tienda, lo que había visto allí me había hecho perder toda noción del tiempo y el espacio. Una vez en la calle, recordaba todo como una bucólica ensoñación.

Por último, les diré que no pude adquirir nunca aquel extraordinario matasuegras. Su precio era absolutamente prohibitivo. Es más, después de ese día nunca volví a saber de aquel tipo ni de aquella tienda, era como si la tierra los hubiera engullido.

Pero les diré que aquel inolvidable día, regresé a casa con cincuenta céntimos menos en el bolsillo... .

5 comentarios:

Anónimo dijo...

!Que arte! ole ole los carnavales de cádiz, los matasuegras y matacuñadas.
Eres un genio genial

Anónimo dijo...

¿y todo eso fue antes ó después de que Jose Antonio rompiese la botella de Cacique?

Diógenes dijo...

Fue entre antes y después

Anónimo dijo...

Yo quiero la carraca de lapizlázuli, y pago lo que sea por ella, aunque gaste todos mis ahorros mi vida sin esa carraca ya no tendría sentido.

Capello.

Anónimo dijo...

Luego la felicidad es una carraca