viernes, enero 22, 2010

Yo podía haber sido alguien

¿Sabes lo que se lleva un pobre cuando muere?, el ropaje del orgullo, y le es tan poco útil, como cuando lo llevaba en vida.

La primera vez que oí hablar a un mimo fue en Ontario. Canadá acababa de ganar su décimo campeonato mundial de Curling y el país era un fiesta contínua. Todo estaba decorado con los colores tradicionales y el símbolo nacional de la hoja de arce aparecía hasta en el más mínimo de los rincones. Aquel día incluso el chacal que acostumbraba a observarme todos los días al llegar a casa parecía más contento de lo habitual. Yo diría que estaba sonriendo.
Yo estudiaba en la prestigiosa Universidad de Mímica de Ontario, la Ontario's Mime University, debido a una imposición familiar. Mi padre había ejercido como mimo durante 30 años y mi madre era una reputada funambulista ya retirada. En realidad mi sueño, influenciado quizás en demasía por la ley del silencio, era ser estibador. Tenía la certeza interior de haber podido ser un buen estibador.
Mi profesor era un tipo con la nariz roja y la cara pintada de blanco que a las primeras de cambio me expulsó por hablar en clase. Una falta considerada como muy grave.
En aquella época yo acostumbraba a llevar una chaqueta hecha con piel de serpiente, desafiando las estrictas normas universitarias que aconsejaban la vestimenta formada por tirantes, camiseta de rayas y bombín. Siempre he pensado que querría ser enterrado con esa chaqueta. Gracias en parte a ella logré despertar la atención de una muchacha francófona profundamente religiosa. Comenzamos una relación marcada por la gestualidad y los evangelios. Varios días a la semana incluso practicábamos la vigilia, alimentándonos de verduras sobre todo. Fue entonces cuando comprendí aquello de que la religión es el apio del pueblo.