viernes, septiembre 26, 2008

Tristeza isobárica


Si yo fuera isobara me invadiría el desconsuelo. Como tan sólo soy un ser humano, me conformaré con emitir un lamento.
Lamento informarles que hace casi un mes que nos dejó la principal referencia meteorológica de este país. No es que haya fallecido, pero ya saben aquello que dicen cuando una cara que habitualmente aparece en la televisión, deja de hacerlo. Dicen que es como si uno se hubiera muerto.
Tambien cuentan que Jose A. Maldonado (Sevilla, 1944) descubrió la pasión por la predicción climática cuando un 6 de enero, ciertos monarcas de origen oriental le obsequiaron con un flamante gallo de Portugal. Esos que cambian de color al son que marcan las condiciones atmosféricas.
Su despedida del 28 de agosto me recordó en cierto modo a la despedida de otro grande en "El último pistolero", con esas emotivas imágenes recordando al personaje.

Hay quien todavía piensa que meteosat es un apellido.

viernes, septiembre 12, 2008

Demasiado inerte

Fue un nuevo ataque de pánico ante la soledad lo que me hizo replantearme mi anterior decisión de no volver a adquirir nunca más una mascota. Esa determinación la había tomado unos meses antes ante la trágica muerte de mi anterior acompañante, mi periquito Stanley. ¿Es qué una mascota no puede tener un final que no sea dramático? Esa pregunta es la que me hice entonces, y pasado el tiempo y habiendo escuchado innumerables historias de conocidos y sus animales de compañía llegué a la conclusión de que no, que el final de esos animales domésticos es siempre infortunado. Simplemente porque sí. Al igual que el cielo es azúl o la sangre es roja, las mascotas se mueren y lo hacen de manera amarga. Stanley sin ir más lejos falleció en el acto cuando un conocido mío le propinó un susto mortal con un matasuegras. El pánico le paró el corazón y Stanley expiró en el acto. Su cara aún la tengo grabada en mi mente. Reflejaba tal horror que parecía que hubiera visto al mismo diablo en persona.
Así las cosas, me dirigí a la tienda de animales con las ideas muy claras. Le hice saber al vendedor claramente lo que buscaba: una criatura pequeña, silenciosa, que se moviera más bien poco, que no necesitara apenas cariño, que poseyera cierto aire independiente y que a ser posible no tuviera un final sobrecogedor. Que para eso ya estaban las películas de Barbra Streisand. Al rato me trajo lo que dijo ser la compañía perfecta para mi. Me acercó lo que parecía una iguana de plástico.
Me adapté rápidamente a mi nueva compañera y ella a mi. Nos respetábamos y disfrutábamos el uno del otro sin grandes alardes. Como tiene que ser. Sobre todo nos gustaba sentarnos juntos a ver mi serie preferida "Aullido defensor", que ella contemplaba siempre con gesto invariable.
La serie trataba de un hombre lobo que ejerce de abogado defensor en la ciudad de Los Ángeles, que en las noches de luna llena se convierte en un mariachi aficionado a la parapsicología. En cada episodio, el abogado resuelve un caso mientras que es perseguido incansablemente por un misterioso hombre que porta una pistola con una bala de plata que lleva el nombre de nuestro licántropo jurista. El perseguidor se trata en realidad de un hombre al que el letrado defendió en el pasado que lo culpa de haber pasado diez años en la cárcel.
En todo el tiempo que pasamos juntos nunca se movió. Siempre que torcía el gesto para observarla, allí permanecía entre pasmada e inmóvil, y por más que intenté pillarla desprevenida nunca logré verla en otra postura que no fuera la que traía de fábrica. Alguna vez incluso me levanté en mitad de la noche pretendiendo pillarla en un renuncio, pero nada. Ella a lo suyo, a seguir atónita, indiferente. Llegué a sentir que quizás era demasiado inerte para mi.
En otra ocasión me pareció ver que una lágrima se desprendía por una de sus mejillas mientras contemplábamos un documental sobre la fauna del Amazonas, pero resultó ser un indicio de gotera en mi salón.